¿QUÉ PASÓ CON LA VIOLENCIA?

QUE nos agrada, nos atrae y seduce.
El hombre es violento por naturaleza. Portamos una herida abastardada, propia de nuestra raza, incurable con la sóla naturaleza humana, que nos lleva por pasillos oscuros de morbo y seducción.
Gritamos, chillamos, nos golpeamos y enfurecemos, cuando "disfrutamos" el amargo sabor del dolor, a través de la última "gran obra" de quién utiliza la violencia con descaro o hacia algún ser querido.
Pero es un quejido hipócrita, mercenario. Somos violentos en las calles de las ciudades, de los pueblos, de las aldeas; entre el tráfico que "anonimiza" la cobarde irresponsabilidad, o tras el velo traidor de la soledad, en páramos inaccesibles.
La vendemos.
La compramos.
La enseñamos una y otra vez, Por la televisión, la prensa, el oído y la palabra.
Educamos en violencia. Reprimimos con violencia. Desatamos toda violencia, borrando todo dique que pueda contener o encauzar las energías de los adolescentes, maduros y ancianos, bajo el grito farisaíco de ¡LIBERTAD!
¡LIBERTAD, LIBERTAD!
Gritamos continuamente, ensordecedoramente... patéticamente. No soportamos la libertad ajena, cuando nos muestra caminos de verdad que no amamos, que no compartimos, que no seguimos; que creíamos oscuros, y vemos luminosos en la existencia de otro. Y usamos la violencia.
Yo acuso. Yo desvelo. Yo "descaro". Yo entrego. Esa imagen placentera que nos produce el objeto de violencia. Ese morbo que nos inspira la desnuda indefensión de quién la sufre. Esa flor de vida, solitaria, imposible, que surge siempre en el campo arrasado por la violencia, después del terrible bombardeo de la acción que calcina vidas pretéritas.








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